Con el corazón roto es complicado pensar. La carcaza de músculo que, cual cortina de acero, recubre los sentimientos, se fisura de manera tal que hasta el aire que le penetra produce dolor. Y el dolor, estimado lector, es de las cosas mas inhumanas que existen, porque nos quita la dignidad, nos doblega y nos hace agachar la cabeza. Y con la cabeza baja es imposible, por supuesto, siquiera mirar hacia adelante.
Hay fugas de lo que dentro contiene: sentimientos, recuerdos y pensamientos se proyectan hacia afuera: los buenos, dejándonos vacios de alegría, los malos, contaminando el entorno.
Con un daño tan al centro del Ser Mismo no se piensa con claridad, no se razona, no se respira con suficiencia. Con el motor en paro nada fluye. Cualquiera cosa que se mueve es producto de la inercia, del por qué no, de la desidia misma, del hastío, de la melancolía. Se magnifican las tristezas, se agrandan las ausencias porque una vez que la motivación escapa por las grietas, la soledad se ensancha dentro de la roja cavidad que queda, hasta llenarla.
El cascarón vacío al fin es pronto presa de las telarañas del cansancio, de las trepadoras ramas de la duda, la mentira empieza a descomponer todo aquello que, como vestigio de que hubo vida, quedó dentro, hasta que no se percibe una mínima huella de que existió. Hasta que el polvo se convierte en el único y callado habitante de lo que una vez fue centro, combustible, flama y oxígeno al mismo tiempo.
Con el corazón roto es imposible tener fuerzas para acercarse, para intentar, para conseguir. Es imposible tener fuerzas para alejarse, terminar y empezar de nuevo. Con el corazón roto se va el último aliento, la chispa, el brillo en los ojos, se va La Vida.
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