sábado, 11 de septiembre de 2021

Tanta ciudadania como sea posible. Tanto gobierno como sea necesario.

En los cursos de Derecho, una de las materias de formación básica es la de Teoria del Estado. En ella se diserta, entre otras tantas provechosas discusiones, la que corresponde a las funciones primigenias del Estado. Y en estas tareas se destacan dos, preponderantes de tal modo que resultan inalienables a este: la que corresponde a la impartición de justicia; y aquella que otorga al Estado el monopolio en el cobro de tributo (impuestos). Digamos que en estas consisten las obligaciones primarias del Estado, y en las que no se puede permitir fallar. Y de ellas se derivan tantas otras ramas en la estructura orgánica de un gobierno como actividades propias de la organización del mismo. No pretendo descartar aquí otras actividades correspondientes a la conformación y sostenimiento del Estado, que son también obligatorias y necesarias para el funcionamiento de éste, como la función legislativa, que no sólo se limita a la creación sino también a la modificación y adecuación de leyes en una sociedad con dinámica cambiante. 

Luego entonces, parecería normal que cada Estado tendría como necesario el contar con un aparato Legislativo sapiente y robusto, así como un Poder Judicial independiente y poderoso; dejando al Ejecutivo la tarea tributaria, reguladora en cuanto hace a la interacción de personas, y creadora de infraestructura común. Y pienso que Todo lo demás que el Estado quiera hacer, debería encontrarse supeditado a antes hacer bien sus obligaciones primarias. Cultivar. Extraer petróleo. Construir carreteras. Procesar y Vender alimentos. Operar escuelas. Ofertar atención hospitalaria. Todo eso lo hacemos de mejor manera, con mejores resultados y con mayor provecho los particulares. Y es aquí en donde, a mi parecer, se vuelve esto un tema de ideologías, por qué en la práctica el operar un servicio por parte de un particular (obteniendo, obviamente, algún tipo de lucro), resulta aún más económico para el usuario, que pretender ofertar el mismo servicio por parte del Estado a un costo aparentemente nulo para este mismo usuario, porque un servicio aparentemente gratuito para unos seguramente es costeado por otros. 

La clave para que esto le resulte evidente a dicho usuario es la sana competencia. Entre más competido sea un servicio, más opciones tiene el usuario, a mejor precio y calidad. Es ley de oferta y demanda. Y el Estado, con otras prioridades, no puede competir en demasiados rubros. Quizá en unos si, pero en muchos no. De ahí, finalmente, que es mi opinión el Estado debe reducir el aparato de gobierno al mínimo necesario, y permitir al individuo y a las instituciones fortalecer el tejido social y la dinámica económica de una sociedad, mientras regula las actividades y vigila que estas se desarrollen de manera justa para unos y otros.

En resumen: Que tengamos tanta ciudadanía como sea posible, y tanto gobierno como sea estrictamente necesario. 

lunes, 6 de septiembre de 2021

Hay algo aquí adentro.

Hay algo aquí adentro que afanosamente busca, 

se revuelve, que en la madrugadas gruñe y que jadea. 

Una cosa inquieta, un cuerpo sin patas pero que desplaza. 

Dos alas sin cuerpo, pero que así vuelan.


Hay algo aquí en el centro que no duerme, 

que vigila, que se ocupa, se preocupa y se desvela.

Dos manos que no saben lo que hacen, pero nunca paran. 

Dos ojos que nada ven, pero que no parpadean.


Hay un horrible monstruo que encadenado pasea

en un calabozo oscuro. Y que resignado espera.

Un mantra terrible que aguarda su tiempo,

una caja de Pandora resguardada, pero abierta. 


Hay en este lado un ente que se eleva, 

que no encuentra el cielo, pero que aletea. 

Unos nubarrones negros, un presentimiento,

un don premonitorio, una idea.


Hay aquí en el fondo una pesadilla. 

Un ángel caído que se lamenta…. 

Que intenta, que insiste, persigue y se altera .

Vive aquí una cosa enorme encerrada 

en un frasco pequeño, como un resorte que, con impaciencia, 

se encoge hasta en tanto su momento llega.


lunes, 10 de agosto de 2020

Luchar o Administrar el desastre


 

Voy a contar un chiste local:

 

En una jungla perdida de la selva tropical, unos exploradores se topan con un grupo de feroces nativos guerreros, quienes inmediatamente los rodean con la intención de apresarlos o asesinarlos. El líder de los exploradores clama en su interior – ¡Dios mío, estamos perdidos! – Justo en ese momento, una luz blanquísima se abre paso entre las nubes justo encima de su cabeza, iluminándolo mientras una voz atronadora se escucha para el, desde los cielos: - Aún no, hijo mío: salta como un tigre hasta situarte al lado del que parezca ser el líder de los nativos, aprovecha su sorpresa, arrebátale el puñal que lleva en su cinto, y clávaselo en el corazón al niño que se encuentra a un lado suyo, y que es su hijo -.

Nuestro líder de exploradores, ágil de mente y cuerpo, salta como una gacela hasta situarse sorpresivamente a un lado del feroz líder de los nativos y ante la sorpresa de este, sustrae de su cinto el puñal que ahí llevaba, y con un veloz movimiento lo hunde hasta la empuñadura en el pecho del niño que se encuentra a un lado, y que parecía ser el hijo del líder.

Nuevamente se abren los cielos, la luz blanca inunda la ensangrentada faz de nuestro veloz explorador y la misma voz atronadora resuena: - Ahora si, ¡están perdidos! -.

 

“Espera lo mejor, pero prepárate para lo peor”, reza un criterio prudencial utilizado por contadores y administradores de empresas. Sirva el chistorete inicial para ilustrar de forma chusca lo que tantas veces nos repitió Murphy en leyes y corolarios: si algo es susceptible de empeorar, en algún momento empeorará. Pocas cosas ilustran mejor los tiempos que vivimos. Un gobierno evidentemente rebasado en sus funciones, una pandemia como no hemos visto, y un panorama económico que pinta tan adverso como nunca nos ha tocado a las generaciones vivas actualmente. Desafortunadamente los árboles no nos permiten ver el bosque, y ese cambio para mal, ha sido en muchas ocasiones lo suficientemente gradual como para permitirnos acostumbrarnos una y otra vez. Quienes me conocen saben que soy particularmente tenaz y que si algo no me define es el pesimismo. Puedo ser en ocasiones conservador en mis apreciaciones, pero la búsqueda constante de soluciones me ha llevado la mayoría de las veces a salir de los problemas. Soluciones: Esa palabra Sí me define. Pero todo tiene un borde. Todos tenemos una capacidad de respuesta limitada, independientemente del sitio en el que se encuentre ese límite.

No es darnos por derrotados antes de tiempo, estamos lejos de eso, tenemos muchos recursos y daremos pelea. Como desde siempre. Deberemos para ello hacer confluir al mismo tiempo características como seres humanos tenemos, evidentes o escondidas, dentro de nosotros:

 

Nuestra resiliencia natural ante la adversidad. Hacer acopio de esa “reserva entre la reserva”, de fuerza mental y coraje silencioso para soportar experiencias traumáticas o situaciones extraordinariamente negativas. Es menester que la dejemos fluir, esta característica existe dentro de cada persona y muchas veces trabajamos en contra de ella, simplemente acallándola sin permitirle manifestarse, o bien dando mayor importancia a las circunstancias que nos llevaron a la desgracia, que a nuestra propia capacidad de superarnos.

 

El conjunto de aptitudes. En tantas ocasiones nos sorprendemos al intentar aprender algo que ya sabíamos. Y no me refiero a los aspectos académico o profesional solamente. En el fondo de nuestros recuerdos duerme, sin hacer el menor de los ruidos, un cúmulo de experiencias e imágenes vividas esperando rescate. Existen también mil maneras de hacer mejor lo que ya hacemos diariamente, y sin lugar a dudas muchas formas de optimizar tiempo y esfuerzos en todo lo grande o pequeño que realizamos.


 

La mejor actitud, que no es otra cosa que encontrar el aspecto positivo dentro de cualquier experiencia. Esto no es minimizar la seriedad con que deban afrontarse los grandes problemas. Es limpiar el terreno para encontrar el camino de la solución. La actitud eso es. Siempre lo ha sido, y los grandes liderazgos (buenos y malos) de la historia de la humanidad tienen esa característica en particular. La intención es utilizarla en nuestro favor siempre, y en el beneficio colectivo cada que sea posible.

 

“Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros” reza la frase que algunos atribuyen al actor norteamericano Groucho Marx. Causa hilaridad por el choque entre la inamovilidad de los principios y la opción manifiesta de intercambiarlos ante el parecer ajeno. No se trata de ir tan lejos, pero hay una característica que normalmente no utilizamos mas que por la fuerza en la mayoría de las ocasiones en que logramos hacerlo: Nuestra capacidad de adaptación. Somos seres cambiantes, pero no nos damos cuenta cabal de ello porque lo hacemos no de forma inconsciente, sino mas bien de forma no premeditada. Pero podemos hacerlo a voluntad si nos lo proponemos. Es momento quizá de abrir la mente a las posibilidades de cambio, de potenciar nuestra capacidad de adaptación.

 

En mi particular parecer, es en la conjunción de estos factores en donde puede estar la clave de la supervivencia de bienes, servicios, instituciones, empresas y personas, ante el embate de la pandemia y la brutal recesión económica que se asoma en el horizonte. El panorama es oscuro pero las personas somos fuertes, y unidos y uniendo capacidades, lo somos mas aún. Lo otro es utilizar el criterio prudencial y mantener dentro de nuestras consideraciones la posibilidad de lo peor. No nos prepara para ello, pero nos dispone de una mejor manera. En estos momentos negar esa posibilidad a la supervivencia de negocios, empleos y vida es abrir la puerta a descuidar aspectos que puedan resultar cruciales, y no podemos darnos ese lujo. Esta es pues, la forma en que yo creo que podemos luchar. Vale hacer acopio de lo que ya tenemos dentro de nosotros, de fuerzas y de voluntad para no dejarnos vencer.

Porque es eso, o sentarnos en una piedra a administrar el desastre.

martes, 10 de octubre de 2017

RECAPITULANDO

No he sido más feliz porque no he querido.
Ello no quiere decir obviamente que sea infeliz.
Quiere decir que he sido tan feliz como para no desear más en el momento, tan pleno que no cabe nada más en el corazón. No he tenido tiempo libre en la vida mía. Lo he ocupado prácticamente todo. He utilizado mi espacio para desarrollarme como ser humano. Para amar, para intentar dejar una huella que perdure más que lo que durará mi vida, para hacer algo, aunque mínimo, por los demás.
He utilizado mucho de mi tiempo para conocerme. Para equivocarme y tropezar. Y cuando eso sucedió, he vuelto a echar mano de mis días para levantarme y seguir con ahínco.
Descubrí que dentro de cada uno de nosotros existe una inagotable fuente de entusiasmo. Normalmente hago uso de ella.
Descubrí que antes de ofertar algo a alguien, uno debe ser feliz consigo mismo. Que uno debe sentirse antes satisfecho que feliz. Que antes que dar hay que tener, hay que ser. Porque no se puede dar lo que no se tiene. No se puede irradiar lo que no se es.
Aprendí que para hacer una buena acción también existen pocas oportunidades. Que hay que aprovecharlas cuando se presentan. Que mucha gente no tiene la ayuda que necesita por el hecho simple de que no la pide.
Que a todos nos sobra algo que nos negamos a donar. Que este algo principalmente es TIEMPO.
Me siento profundamente agradecido. Creo que he sido excepcionalmente afortunado. Mi existencia ha consistido, hasta ahora, en un viaje maravilloso. He tenido como compañeras en este viaje, a personas extraordinarias.
Llegué a lo que, con algo de suerte, es la mitad de mi vida. He intentado hacer ella algo medianamente útil. He leído un poco y he pensado mucho, no he dejado de hacerlo. Me he probado a mí mismo y he intentado llegar a mis límites. ¡Qué bendita circunstancia es que aún no lo haya logrado!
Conservo al primer amigo que tuve. Nos adoptamos desde hace muchos años ya como hermanos. He visto crecer a sus hijos y he visto a mis hijas convertirse en la firme promesa de unos hermosos seres humanos, sintiendo como se me llena el corazón de esa agua fresca que es la alegría.
He leído mucho menos de lo que quisiera y he sembrado mucho, mucho más de lo que pensé que podría.
He abrazado a un tiburón en su elemento, he caminado junto al vacío sin más protección que la voluntad divina y he estado dentro del cráter de un volcán activo. He intentado probar cuanto aguanta mi cuerpo, cuanto puede aprender mi mente y cuanto puedo abrir mi corazón.

He sido, pues, feliz.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Matrimonio entre iguales.

Estridencia y descalificaciones leo a diario a respecto de la discusión de los famosos matrimonios igualitarios. Pocas, poquísimas voces se alzan para informarnos de algún análisis serio del tema y menos aún, de propuestas. Esto último es lo que menos se podría esperar de un asunto que compete principalmente a la legalización de acciones y/o conductas que ya se realizan y se expresan de manera habitual. Yo soy de los que prefiere pensar en la “familia natural”. Hombre, mujer, hijos. Pero también creo en que en la “familia natural” debe haber amor, comprensión, valores, mucha acción, ejemplo, congruencia, asertividad y unión. Apoyo mutuo. Y es allí en donde la cosa empieza a torcerse, porque este coctel, que a mi juicio particular debe(ría) encontrarse en cada una de las “familias naturales”, se encuentra en muy pocas, prácticamente ninguna. Son casos de excepción ya. Ahora bien: ¿un matrimonio gay, la formalización de una unión lésbica, nos garantizaría mejores resultados? No veo cómo. ¿Empeoraría las cosas? Ja ja, es difícil empeorar aunque sí se puede (tooodo se puede), pero tampoco veo causal para ello en la unión de dos homosexuales o de un par de lesbianas.
Es decir, por más que busco conexión entre una cosa y otra, no la encuentro. No estoy seguro de que un niño se vuelva gay si tiene padres gays, hay ya muchos niños gays con padres perfectamente heteros, y hay niños y niñas muy definidos en su rol de género con padres evidentemente desviados. Incluso no estoy seguro de que una pareja homosexual presione a sus hijos a esta misma orientación sexual o simplemente los deje ser. No estoy seguro, pues, de que la unión entre parejas del mismo género sea perjudicial o beneficiosa.
Y cada vez más me convenzo de que no debería tener tanta relevancia, vuelvo a este punto más adelante solo permítame comentarle que distingo la relevancia en otros temas mucho más trillados y en los que ni sociedad ni gobiernos se han aplicado de manera correcta, y los resultados están a la vista.
Me explico: en las generaciones que se encuentran transitando como voces (que cada vez suenan mas) de expresión en el ámbito social, y en muchos casos con ascendencia sobre grupos cada vez más importantes del resto de la sociedad, existen a mi parecer carencias de valores fundamentales que debieran inculcarse en el seno familiar. El respeto, el apego a la legalidad, la congruencia, la tolerancia, la caridad, el apoyo hacia los demás traducido en acciones y el reconocimiento mutuo entre personas como miembros de una comunidad, son faltantes terribles en nuestra época, son grandes pendientes en los que todos como sociedad nos hemos quedado cortos y las consecuencias están a la vista (para quien quiera verlas). Y no le hallo relación a estos terribles faltantes en la formación de la personas, con la unión, desunión, formación o desagrupamiento de heterosexuales, homosexuales, homoflexibles, transexuales, pansexuales, bisexuales o lo que se derive, asimile o conecte. Miope soy quizá, pero no veo la conexión. Pienso entonces que son dos discusiones diferentes, si, lo que no es el gran descubrimiento, sino más bien el apunte es que mientras nos centremos en discutir si deben unirse o no los gays, si pueden adoptar, si puede uno afiliar al IMSS al otro, si pueden hacer esto o lo otro, y No nos dediquemos a fomentar los valores de convivencia entre seres humanos, las cosas No pintan para mejorar.
Volviendo al punto inicial, creo también que es demasiada la polarización que se lee en noticas y redes sociales, no veo razón para hacer marchas o más bien no veo razón para que las marchas estén por encima de los deberes que dejamos sin hacer en casa o los deberes cívicos que dejamos sin cumplir mientras marchamos, no veo razón siquiera para crisparnos mutuamente por algo que se va a dirimir en las instancias que corresponde hacerlo, hecho de lo que no tenemos gran injerencia, y me parece una pérdida de tiempo ofendernos por lo que no transige las puertas de nuestro hogar y que afecta a nuestras familias al nivel en que permitimos que afecte (para bien y para mal).

La discusión abierta acerca de si en un futuro próximo la sociedad planteará formalmente a nuestros pequeños la pregunta de: ¿Qué preferencia sexual quieres tener? Me parece estéril. Formal o no formal esto sucederá. Ya está sucediendo. Ha sucedido desde hace mucho tiempo aunque fuere de manera soterrada. Debemos prepararlos para ser buenos ciudadanos, personas útiles a sí mismas y a la sociedad, gente actúe como piensa, que respete a los demás y exija respeto para sí mismos, personas que vayan detrás de sus objetivos dentro del marco de la legalidad y respeto a las reglas de convivencia, y que ayuden a sus semejantes a conseguir objetivos comunes para avanzar en lograr una mejor manera de vivir.

P.D. La experiencia enseña que los matrimonios, aunque se busquen entre iguales, generalmente se dan entre complementarios.