miércoles, 2 de diciembre de 2009

Todos tenemos una historia que contar

Todos tenemos una historia que contar. La mayoría lo callamos, por desidia, por temor, por pensar que jamás seremos interesantes a los ojos de los demás o bien porque pensamos que los demás jamás se interesan por las historias ajenas, como si nosotros no fuéramos los demás de los demás.

Existen historias simples, historias de metro bus, de fila de banco, historias de supermercado. Historias sencillas y cotidianas que por su frecuencia son prácticamente comunes a todos. Pequeñas rencillas, soluciones domésticas, mascotas, monederos, llaves, benevolencias y calamidades climáticas, anécdotas de relleno, como pequeños selladores entre las grietas más pequeñas de la vida, elaborados con un material duradero, inocuo e inerte. Como las aspirinas, como los anestésicos, como las inyecciones aplicadas en pompas ajenas. Relatos de las cosas que no le ocurren a nadie en particular pero comunes a todos, relatos con padres desconocidos pero de los que todos nos apiadamos y les damos cobijo, las guardamos para nosotros y después las reproducimos sin que causen apenas efecto visible.

Existen historias tristes, lúgubres, tenebrosas, de desaparecidos, de pérdidas irremediables, de huecos que jamás se llenaron, de eventos desafortunados tejidos con el fino hilo de la desgracia. Recuerdos de personas que estuvieron, de cosas que poseímos, de virtudes que ya no tenemos. Historias de lo perdido y no recuperado, de lo inacabado, de lo que se fue y jamás regresó. Palabras que duelen decirse, testigos de tiempos mejores que no han vuelto, recuerdos que el cerebro, a pesar de nuestros esfuerzos, se niega a olvidar.

Existen referencias dolorosas a lo innombrable. A las desagracias indecibles, a los tifones de la vida, a terremotos que sacuden los cimientos en los que está sostenida nuestra razón. Historias que hacen dar virajes, que azotan, que a base de golpes forjan lo que somos, lo que queremos ser y nos enseñan de manera descarnada lo que no hemos sido y lo que ya jamás seremos. Auténticos cuentos de las verdades cotidianas, pero de aquellas verdades inaceptables hasta para uno mismo. Descubrimientos interiores de lo que no nos gusta ser, desagradables choques de frente y a 100 km/hr con nuestra propia realidad, con la pobreza de nuestra alma, con el cúmulo de imposibilidades de nuestro ser.

Hay historias curiosas, reportajes aficionados y chuscos. Pinceladas de lo increíble en el medio del desierto de la cotidianidad. Relatos también, que como misteriosos hilos, mueven hacia arriba las comisuras de los labios. Locuras de risa. Recuerdos de cosas que alegran la pupila, que ponen brillo en los ojos e imprimen energía al día. Desacatos naturales que mueven a hilaridad, que nos enseñan que la lógica ha perdido la batalla al fin. Errores y horrores del sentido común que, finalmente, es oficialmente ya el menos común de los sentidos. Hechos de facto que nos muestran frente a frente, la consistente verdad de que somos unos micos un poco más avanzados que los demás.

Existen, finalmente, historias inspiradoras. Historias ejemplo de valentía, de honestidad, de cariño, de constancia y de fuerza, de inteligencia y agudeza mental, historias de principios y valores, relatos testigo de resistencia ejemplar, de arrojo y determinación. Historias deslumbrantes que dejan la boca a abierta y el corazón rebosante. Historias que dejan moviendo los dedos listos para tomar acción, historias que enseñan, que muestran el camino que abren los locos y que los sabios recorren después. Retratos de la otra cara de la naturaleza humana, mapa fiel de los límites de nuestras capacidades.

Todos tenemos por lo menos un cuaderno escrito y alguna pared de nuestra mente llena de rayones, de ensayos, de prueba y error. Todos podemos enseñar algo, ejemplificar aunque sea con aquello que no se debe hacer.

Todos tenemos, en fin, una historia que contar. ¿Hoy cual es la suya?

Una felicitación Edda-Mars-Nay-Miriam(disculpa la terrible inasistencia, motivos por esta vez hubo, ya nos vengaremos), diantres, es bueno contar los amigos con los dedos de más de una mano.

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