lunes, 30 de mayo de 2011

La Viuda Negra

La Viuda Negra es una araña del color que su nombre indica, enormemente venenosa al grado de que su veneno está considerado como mucho más potente que el de la serpiente de cascabel, aunque es administrado en mucho menor cantidad con cada mordedura. Es del tipo Neurotóxico, es decir, bloquea la trasmisión de impulsos nerviosos. Una vez que se aparea, mata al macho y le devora, acción de donde toma su nombre coloquial.

Amelia llegó de Panamá o de algún lejano país del sur en barco, dice ella, aunque la verdad yo creo que venía, como tantos otros, haciéndole al hombre mosca en el tren de las 3 de la tarde. el caso es que no se cómo ni por qué, cuando el tren de las 3 se fué con su marido trepado allí, ella se quedó aqui. Con su piel oscura y sus piernas largas no tardó en encontrar empleo en la taberna de Don Samuel, el del perro azul. Iba y venía con un cierto donaire que a sus veintitantos llamba la atención de mucho más de uno de los tantos viajeros que pasaban por aqui con rumbo de las minas de ópalo que hay allá al norte a donde todos se van.
Aunque mesera de la única taberna del puebla, nunca nadie la llamó cantinera o algo por el estilo; no recuerdo que alguna vez alguien le faltara al respeto allí, y no lo recuerdo principalmente porque a mis escasos 8 años yo no iba a ese lugar. Pero debió haber sido, creo yo. Los sábados por la mañana iba al mercado, y compraba siempre las mismas cosas en los mismos lugares, como si comiera todas las semanas lo mismo. Quienes le vendían la conocían, sabían que no iría entre semana y que el sábado con seguridad iba a necesitar lo mismo, y se lo guardaban. Los domingos iba a misa por la mañana, acudía a a la trastienda de la botica de Don Gregorio a poner inyecciones y colocar sueros, y por la tarde al parque a jugar con los niños que había allí. Nunca se supo si tenía instrucción alguna, pero leía y escribía, con una letra curva que se reconocía apenas ver el escrito. De tantos viajeros que pasaban, hizo amigos, que iban y venían de las minas del Norte, los que, por su buen trato y con el principal motivo de que la de don samuel era la unica cantina decente del rumbo, siempre regresaron por una cerveza.
Uno de ellos, un tipo blanco y afable que a leguas se notaba que era de algún sitio muy lejano, regresaba particularmente los jueves, un día antes que todos, y se iba los martes, un día después que todos también, hacia la mina. Alonso se llamaba, y casi no hablaba. Sentado en el mismo sitio de una taberna vacía, entablaba muy poca conversación y era particularmente parco con la mulata que le atendía siempre con sonrisa amable. En un polvoriento pueblo en donde a los 14 los niños ya trabajan en las minas, los 16 es buena edad para tomar un trago, y así los conocí yo: Él sentado en la esquina más oscura del local, y ella de un lado a otro con la misma sonrisa repartida entre los 15 ó 20 que bebíamos en el local.
De beberse las utilidades de su negocio un día enfermó gravemente Don Samuel. Cirrosis creo, de tal modo que un viernes ya no atendió la barra del local, ni el sábado. El domingo Amelia acudió como siempre a misa pero no fué a la trastienda de la botica ni al parque con los escuincles. Se regresó directo a la casa del viejo. El Lunes ella atendió la barra y el Martes también. El Jueves sepultamos al anciano, con una larga fila de borrachines siguiendo el cortejo. No hubo herencia, el viejo vivía sólo desde que su esposa se fue al Norte con otro, de modo tal que se nos hizo natural que ella continuara atendiendo como dueña por defecto. Pasaron dos años más en los que el tiempo pareció no correr para ella, siempre joven, siempre lozana, y siempre sola.
Para esas fechas Alonso dejó de acudir a la taberna, se decía que se había perdido en las minas de ópalo, o que lo había matado un derrumbe, o algo por el estilo, el caso es que desapareció. No se supo  de Él hasta después de otros dos años de polvorientas tardes y abrasadores calores caniculares. Regresó en un auto de esos de color plateado, con rines y espejos muy brillantes, a vivir al lado de la mina, en donde tardaron menos de 3 meses en construir una casa de 6 habitaciones. Venía sólo, como siempre, con un chofer blanco y regordete que le abría la puerta del auto y se tendía de alfombra a donde Él pasara. De camino a su nueva casa sólo se detuvo en la taberna, a sentarse en el mismo lugar. Peinado, con la ropa limpia, y sin la bolsa de cuero de los que trabajan en la mina se veía diferente, que la misma Amelia tardó en reconocerlo. Le atendió como siempre, con la sonrisa en los labios, sin mas esbozo de alegría que el que tiene con cualquiera que llega por un tarro de cerveza. Entonces supe que era español. Desde mi lugar fué imposible escuchar las palabras que cruzaron pero aseguro que fué la primera vez que cruzaron mas de tres palabras. Eso fué hace más de seis años.
Hoy, acaban de vender la taberna, precisamente a un dizque sobrino que Don Samuel tenía escondido en alguna parte de los Estados Unidos, y que con el endurecimiento de las políticas migratorias, ha venido a rebotar por estos lares. Ayer hubo tragos gratis para todos, de lo que deduzco que el local quedó vacío. Al parecer se quedarán sólo con la mina, de la que el gachupín es dueño desde que llego en su auto de defensas y espejos brillantes. Tienen dos hijos varones, uno blanco y un mulato. Creo que mañana es el bautizo del menor, aunque con el despilfarro de ayer en la taberna no hay cerveza en el pueblo y el camión repartidor llegará hasta el Miércoles, brindaremos con horchata. Y digo brindaremos, porque invitaron a todo el pueblo, como si supieran que no iba a haber nada amargo que tomar.


P.D. Carajo, que ya sé, que no es una Tarántula, sino una Viuda Negra, como si no las pudiera distinguir, vale.

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