viernes, 30 de octubre de 2009

El velorio de Don Atanasio


El otro día se murió Don Atanasio, el de la tienda de los jamones, y el borchincho estuvo épico. Primeramente porque dicen las malas lenguas que el pobre señor no se terminaba de morir, ya estaba muy enfermo pero desde endenantes de fallecer dio dos que tres respingos que confundieron a familiares, amigos y lloraderas contratadas para tal efecto, así que los gritos empezaron a escucharse desde la una de la tarde del martes. Que si ya se había muerto, que ya no hablaba o que si ya no respiraba, decía su hija la mayor – papá no te mueras- como si Aquel se muriera por morirse tan bonito que ha de ser eso de ahogarse con su propia flema. Después de hora y media de batallar con la hija que no paraba de zangolotear al Don, se dieron cuenta de que aún no se petateaba, sino que más bien estaba mirando pa´adentro, quien sabe que vería que luego revolteó los ojos para mirarnos a todos de nuevo y se notaba bien asustado. No ha de ser grato eso de mirarse uno mismo desde el otro lado de las canicas de los ojos, cuando me entere se los cuento.
El caso es que el viejito llegó a las seis de la tarde entre los estertores y los gritos de la Mariana que no paraba de chillar como si no supiéramos que chillaba porque Don Atanasio le dejó a la tienda a su ultima querida y no a ella, la hija mayor. Como a eso de las ocho llegó el Poncho, el que estaba en los Unites, con ganas de armar el circo del entierro pero llegandito se enteró que su papá todavía no se moría, y al mismo tiempo se enteró también que no le iba a ver ni la sombra a la tiendita de los jamones, así que se quitó las botas de piel de culebra viva que traía, se tomo un café y se dispuso a esperar mientras platicaba con el primo Richard. Punteando las doce de la noche llegó el que faltaba, Jorgito, el menor, que desde hace 11 años y medio estudia la carrera de "fisolofía" y letras o algo así en la capital. Ya de tanta greña ni se le reconoce, flaco flaco y como no, sin madre y casi sin padre ni perro que le ladre, pues ha de comer pura tortilla con salsa allá donde anda, nos decimos.
Eso sí, entre el Jorgito y su hermano se liaron con una botella de Don Pedro que Don Atanasio guardaba para momentos especiales, decía. Para esto las lloraderas ya se habían ido a su casa porque no se veía para cuando palmara el viejito. La Mariana se puso a reclamarle a los hermanos que nunca estuvieran cuando su padre los necesitó y aprovechó para pedirles el apoyo para quitarle la tiendita a la “viudita”, a ver que se podía lograr. Al final no le hicieron caso y ella terminó llevándoles un tamal de frijol a cada uno porque habían hecho muchos pensando que el viejo entregaría el equipo desde antes y ya no cabían en el refri. A las dos de la mañana el moribundo pidió agua y le llevaron un poco que estaba en la jícara del fregadero, en donde guardan el agua para tomar. Cuando empezó a ahogarse el Don se dieron cuenta que el agua estaba llena de pelos porque el Poncho había llegado a usarla para rasurarse y como pues El ni sabia para que la usaban ni donde la tiraban ahí la dejó, y se la habían dado de tomar al enfermo. En lo que el viejito agarraba aire de nuevo los dos hermanos se pusieron a discutirse porque el rastrillo desechable que había usado el Poncho lo dejó junto a la jícara y lo agarró Melquiades, el chamaco de la Mariana y se puso a jugar con él hasta que se corto la vena del dedo chiquito de la mano izquierda. De suerte que ya eran casi las cinco y habían llegado de nuevo los compañeros de dominó de Don Atanasio para separar a los hermanos que ya se estaban dando su cates.
Clareando el Miércoles mandaron a los hermanos cada cual por su lado a buscar leña, porque según los cálculos de Simón el curandero ese día felpaba el enfermo, y era prudente de una vez matar el cochino que tenían sin comer desde el lunes no sea que el chancho le ganara a Don Atanasio muriéndose antes de puritita hambre. Pero con la pena que´l Jorgito y el Poncho no arrendaron para el monte sino a la cantina porque el Miércoles es día de feria y había pelea de gallos desde temprano, así que se estuvieron libando allí desde la mañana hasta cerca de las cinco de la tarde que les fueron a avisar que al fin su padre había entregado el alma. Para esto era un problema encontrar otra vez a las lloraderas porque los miércoles trabajan en la feria dizque de “acompañantes” de los señores que llegan a apostarle a los gallos, de tal suerte que afuera en el patio estaban todos los varones jugando al dominó y a las cartas y platicando las últimas de la feria, en la cocina las mujeres apuradas destazando al cochino para hacer mas tamales y en la sala que se habilitó de velatorio nomás estaba solito Don Atanasio sin nadie que le echara una canija lagrima aunque fuera de cocodrilo.
A eso de las once de la noche llegó el agente municipal con un regalo que según Él le hubiera gustado darle en vida al difunto, es decir 4 cartones de medias que de inmediato se repartieron 3 en el patio y uno en la cocina, sacaron del refri los tamales para meter dos cartones que se venían altiempando y siguieron con el chupirul. La Mariana se pudo despegar cerca de la medianoche para ir a buscar otra vez a las lloraderas y encontró unas cuantas que ahora no querían ir porque habían quedado medio turuletas de andar bebiendo mezcal en los gallos, pero cuando les dijo que el agente había llevado la cerveza se vinieron de inmediato con ella, le lloraron al viejito como tres minutos y medio en la sala y se salieron a entrarle al póquer con el dinero que se ganaron en las acompañandas de los gallos, el agente municipal no se había ido porque quería recuperarse en el poker pero a la octava media lo convencieron de que le perdonaban la deuda si el municipio pusiera los otros 4 cartones, y se jaló en su camioneta a buscarlos acompañado de Cristóbal el muertero. Quien sabe a qué país se fueron a buscar la cerveza porque llegaron a las 5 de la mañana del Jueves mas borrachos que lo que estaban cuando se fueron, ya casi no hallaron despierto a casi nadie salvo el Poncho que seguía en el poker contra Fermín acompañado de dos lloraderas, dos de los compañeros del gremio del dominó que todavía se estaban jugando hasta la camisa, y al Jorgito que descubrieron haciendo impropiedades con una de las lloraderas atrás del baño de hombres al trasfondo del patio; las señoras habían dicho que empezarían los rezos nada mas que se le bajara la borrachera a las lloraderas y que alguno de los varones estuviera en condiciones de ir por la olla de café al fogón, pero a las doce del día que fueron a ver la olla el café de plano ya se había consumido, y al paso los tamales que sacaron del refri se habían agriado. Como a las tres los del poker se estaban despertando y se acordaron de los cartones que trajo el señor agente y empezaron a libar otra vez, por lo menos que alguien despertó al canijo Cristóbal para ir a sambutirle la nariz a la sala para que se diera cuenta que el difunto ya se estaba agriando también.
Yo no entiendo porque cobra lo que cobra el Cristóbal si yo lo estuve observando bien y su trabajo namás fue ponerle unos algodones en la nariz y en las orejas al difunto y trasijarle un poco las asentaderas y cuas que con eso se controló el peste de la sala velatorio. En lo que se recuperaba de la pestilencia el muertero se fue a nivelar con dos medias de las que trajeron con el agente que para esto no se quería dormir y había apostado a su hija la menor con tal de no perder en el poker. Al fin que el señor agente y los del gremio empezaron a exigirle que trajera a la hija hasta que se molestó y sacó la fusca esa que trae en una bolsita como de cobrador abajo de la axila y todos calladitos y a tomar de nuevo. El Jorgito y su hermano se volvieron a hacer de palabras quesque porque la lloradera que le estaba haciendo el favor al niño atrás de los baños era la novia que el Poncho había dejado encargada antes de irse a los Unites, el caso es que el Jorgito agarró uno de los leños del fogón y le acomodó tamaño leñazo en la tatema a su hermano, otra vez se armó el borlote y los tuvieron que ir a separar. Para esto ya era noche del jueves y nos propusimos todos que ese día si se iban a empezar los rezos, pero como el difunto se empezaba a hinchar nadie los quiso hacer en la sala sino mejor se fueron al patio a rezar junto a los del poker, hasta que a media madrugada la peste de la sala empezó a llegar allí, alguien le reclamó al Cristobal por no haber preparado bien al difunto y ya nadie se acordaba con exactitud que dia se había muerto si martes o miércoles. Muy temprano del viernes fuimos al panteón a pedir lugar para Don Atanasio y la encargada nos dijo que sí había chance, que llenáramos la solicitud y fuéramos el lunes por la respuesta. Le dijimos que teníamos al difunto en la casa ya medio avanzado y que no podíamos esperar y entonces nos salió con que las prisas cuestan y que en lugar de $250.00 por la perpetuidad iban a ser $3500.00 por andar de apuradores. Nadie traía así que nos regresamos a pedirle fiado al agente otra vez, pero nos dijo que aguantáramos tantito para que no perdiera concentración que en esa jugada se iba a recuperar y que pierde otra vez a la hija menor, de plano ya la tenía prometida con todo el gremio del dominó. Del coraje no nos prestó nada y tuvimos que regresar al panteón a ver si la encargada nos aceptaba en prenda la medallita de Remedios en lo que le pagábamos. Aceptó la dichosa medalla más un cartón de medias y que le lleváramos tamales de los que se habían hecho.
Para cuando regresamos a la casa el tufo era insoportable y ya nadie ni Cristóbal querían manipular al difunto así que entre todos los del poker lo echaron en una cobija y ésta en unos pedazos de costal, y en la carretilla lo fuimos a dejar a la casa del carpintero para que a toda prisa le hiciera la caja. Para no variar resulta que el carpintero en sus ratos libres es merolico y se había ido a la feria a ver si vendía unos enjuagues milagrosos que estaba promocionando, pero como allá tampoco aguantaron el peste nos dieron una caja que tenía hecha y que era para una señora que esta buena de salud pero que le mando a hacer de una vez su nuera por si las dudas, dijo. Cuando lo quisimos meter no cupo, de tal suerte que ni de cabeza ni de pies entro y cuando intentamos doblarle las piernas al difunto no se pudo las tenia duras duras como un palo de escoba para acabarla al voltearlo se le salieron los algodones de los oídos y la cosa se puso que de verdad no se aguantaba. Al Cristóbal se le bajo la borrachera con las apurancias y dijo que él se echaba el trompo de meterlo a la caja nomás que no la abriéramos después no fuera a ser que por lo apretado se volviera a salir.
Quien sabe cómo le hizo que cuando lo fuimos a ver la caja estaba cerrada y apestaba pero no tanto como primero, así que ya ni la cargamos sino que la amarramos en la carretilla y empezamos a subir hacia el panteón. La dichosa cajita se nos cayó como tres veces pero no se destapó ni nada, al menos no la cargamos porque ya no éramos ni los poquitos que se requieren para los relevos, nada mas el Poncho, Cristóbal, Fermín, la Mariana y yo. Lo que si tuvimos fue la previsión de mandar por delante al Jorgito y su lloradera con la pala para hacer el agujero. El problema fue para levantarlo y después bajarlo porque ya hinchado y en caja no era tan fácil maniobrar al Don, y con la mala suerte que al querer bajarlo el Poncho se cayo pa´dentro del mismo agujero y soltó la caja que también azoto con El y se le destapo la punta y ahora si jedía como si se hubieran soltado todos los chamucos del averno. A toda prisa le echamos tierra con la única pala que traíamos y con los zapatos hasta que tapamos el agujero, aunque ya después de taparlo nos dimos cuenta que al Poncho se le había caído adentro su celular.

Ni modo, nos dijimos, ahí pa´ luego será lo de los rezos, la levantada de cruz y taparle bien a la fosa, por lo pronto hay que atorarle a los dos cartones que quedaron y ver cómo le hacemos para negociar con la viudita lo de la tienda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario