martes, 23 de marzo de 2010

Nel

Una disculpa antes del saludo. No había tenido valor para publicar.

Hará cosa de mes y medio, por la mañana Nel salió de casa probablemente como siempre. De entre los vecinos que nos conocemos entre sí, era de los más jóvenes. Jovial, con la sonrisa y la disposición presta siempre, era el menor de tres hijos varones y penúltimo de la familia. Posiblemente abordó el bus hacia Coso en donde, hasta no hace mucho me enteré, trabajaba en algo referente al mantenimiento de computadoras. Así, ese día nos fuimos todos a trabajar. Un día normal de esos en los que parece que más se va el tiempo planeando para el futuro que desarrollando el presente. A medio día recibí la noticia, un tanto confusa, acerca de un accidente. Habían atropellado a Nel o algo así, y había fallecido.

Como en todas las tragedias, las noticias vuelan mucho más rápido que su comprobación posterior, así que a esa siguieron otras en el sentido de que no fue un atropellamiento, que fue un accidente de “x” tipo, al final que fue un asesinato o un asalto. Al estupor siguió la conmoción -No quiero pensar en su familia- me dije. Por la tarde seguí con la zozobra y con ganas de regresar de inmediato. Ese día dejé pendientes las obligaciones de la tarde y me regresé en cuanto pude. Durante el camino pensaba en varias cosas –¿Por qué Él? ¿Qué sucedió? ¿Qué le diré a don Manuel, su padre?- y así llegué. Quizá unas palabras de aliento, que no de consuelo (¿Qué puede consolar perder a un hijo?), escuchar el relato de lo que sucedió y la negación natural a verlo sin vida.

Es una paradoja que algo tan dispendioso como una vida joven pueda truncarse de un segundo al siguiente. Manuel, el Güero, como le conocíamos, no se imaginaba que ese día sería víctima de dos desadaptados que al intentar robarle unos fierros le robarían a sus menos de 20 algo mucho más valioso: el futuro. Pienso en ocasiones que fue imprudente al pretender recuperar sus cosas que estaban siendo robadas. Pienso que definitivamente quienes segaron su existencia no tienen la mínima idea de lo que hicieron. Creo que una vida vale por la huella que en los demás deja y que en función de ello hay vidas que valen y vidas que no han tenido mucho caso.

Cuando hablé con su padre, no noté rabia ni odio. Solo mucho dolor. Del tipo de dolor profundo que empieza con la incertidumbre y termina con el vacío. Yo sentí rabia. Hay ocasiones en las que definitivamente exijo una explicación, venga de donde venga. Insisto: preguntar no es irreverencia. Preguntar es tan solo preguntar. Quién pregunta sin esperar respuesta es como quien respira sin necesidad de vivir. Quién necesita una respuesta la merece por el hecho simple de sentir su necesidad. Así que… ese día me pregunté el Por qué. No el por qué de los detalles, esos se los han llevado a la tumba el Güero, y hasta el fondo de su vergüenza y su repulsión por sí mismos dos ladrones fracasados que no alcanzaron a robarse lo que querían y que dejan a su paso un mundo peor del que encontraron. Me pregunté si de verdad tenemos sellado el destino. Si de verdad hay quien mueve los hilos desde un punto situado fuera de nuestra visión. O si las cosas ocurren al azar, o si verdaderamente podemos preverlo todo, cuidarnos de todo. Si las cosas ocurren al azar o podemos controlarlo todo tendría la más simple y benevolente de las respuestas. Puedo convertirme al igual que el resto en constante víctima de un destino caprichoso e ingobernado, o puedo ser perspicaz y jamás caer. Pero si en efecto hay un poder, una voluntad superior, entonces ese poder nos debe una respuesta.
Al tercer día de ocurrido el asesinato de Manuel lo sepultaron. Con él se fue al sepulcro un futuro empresario, trabajador, médico, arquitecto, licenciado, jamás lo sabremos. De sus asesinos se sabe poco, el menor, de quince años de edad, quizá no pise más allá del Consejo tutelar de Menores y no tengo certeza de que llegue a la edad adulta. Una vida tan torcida tiende a regresar pronto al sitio de donde vino. De cualquier manera, lo que ocurra de ahora hasta que cualquier desenlace suceda con ellos no será relevante para nadie. La paradoja, vuelvo a decirle a Usted, es que lo relevante, en lo que uno piensa, ya no existe. Se fue y no volverá.

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